Mis inicios en la cocina no son puramente gastronómicos. En mi casa siempre hubo una buena comida casera, pero de pequeño no le hice mucho caso. Lo que realmente me gustaba no era comer, sino el ritual de sentarse a la mesa con la tele apagada y hablar, discutir, reír… Con mi familia.
Conforme fui creciendo empecé a hacer mis pinitos cuando mis padres se iban de viaje e invitaba a todos mis amigos a comer un arroz, un marmitako, un romesquet… Y se montaba una buena fiesta, que para mí viene de forma implícita en la palabra comida.
Con el paso del tiempo fui a Barcelona a estudiar Historia del Arte. Ahí empecé a ir al mercado muy a menudo, a cocinar a diario… Hasta que me di cuenta de que prefería hacer eso que ir a clase. Entonces tomé la decisión de estudiar cocina.
En la escuela no duré mucho, ni tenía la edad ni era lo que me esperaba, así que decidí aprender de forma autodidacta, por mi cuenta. Empecé a hacer turrones para la familia, tartas, empanadas, tortillas, profiteroles… Para amigos y conocidos. Después empecé a cocinar en el café Metropol, un bar que acababan de coger dos amigos.
A partir de ahí empezó mi andadura en restaurantes. Primero fui a La Grava, con Gerson y su familia, donde aprendí el valor de la cocina tradicional y sobre todo la diferencia entre un buen producto fresco de huerta y el que se encuentra a pie de calle de lo que ha resultado La Magalla: 4 amigos y 3 has de huerto ecológico en Bràfim.
Y finalmente AQ. Se podría definir como segunda familia. En AQ, Ana y Quintín han hecho de mi un cocinero. Me han enseñado a respetar el producto y su origen, a no perder las ganas constantes de aprender, a cocinar sin trampas ni artificios, y sobre todo, a saber que en los pequeños detalles están las grandes diferencias. En definitiva a madurar en mi profesión, hobby y pasión: La cocina.