A las 06h30, como cada condenado día sonó mi Iphone con ese dichoso sonido que siempre digo que he de cambiar pero nunca hago, hoy tenía por delante un duro día, me di una ducha rápido y cuando estaba bajo el agua me di cuenta de que Jenny no había repuesto el acondicionador de pelo…, no tenía tiempo de nada, decidí pasar de él, en modo exprés me sequé el pelo, me puse mi crema corporal, me maquillé, me vestí y baje a la cocina, me tomé mi Nespresso a la carrera y baje al parking. Tenía delante de mí un duro día ufff, así no se puede vivir, esto debe ser muy malo.
Subí al mini, y me dirigí a la M-30 donde seguro que me iba a tener que chupar otro atasco, no sé porque vendimos nuestro piso del centro… Tenía que llegar a la Uni a las 09h00, me había propuesto acabar mi carrera de ciencias de la información ahora que los niños son ya mayores y solo me quedaba una asignatura y sí o sí tenía que asistir a esta clase. Antes de llegar llamé a Jose Ignacio para asegurarme de que había despertado a Nachete y a Inés y confirmar que también ellos estaban en marcha. Jose Ignacio era mi segundo marido un abogado de prestigio que llevó mi divorcio y del que me enamoré en cuanto entré en su despacho. Mientras tanto aprovechaba los semáforos para retocarme el maquillaje, revisar mis correos, contestarlos y abrir mi Facebook, todo esto con una mano en el volante, para que luego digan que las mujeres no sabemos conducir.
Con la barriga más o menos llena anduve sin demasiado rumbo fijo, decidí ir al callejón que hay tras el Carrefour Express a revisar las basuras, quizás encuentre algo que pueda cambiar, vender o comer. Arrastraba los pies y cojeaba un poco pero no tenia mal ritmo, cuando por fin llegue ahí, me encontré al de seguridad que estaba comiéndose un bocadillo de jamón, me echó a patadas, ¿Por qué no nos dejarían coger lo que ellos tiran a la basura?, menuda estupidez, conmigo no iban a perder una venta eso seguro… Por suerte no me golpeó demasiado fuerte, solo me insultó y me dio un empujón pero no me hizo daño. Entonces decidí ir al centro.
Salí pitando a las 12h30 y me fui a la pescadería de Alfredo para encargarle las Ostras, las angulas, (a Jose Ignacio le pirran), los dos bogavantes y el Besugo, nunca me ha gustado el besugo pero dicen que es tradición, vi que también tenían Moët en la pescadería y respiré tranquila, que suerte, también le encargué 2 botellas y pagué por suerte no tuve que cargar con nada, ellos se encargarían de llevarlo todo a casa el día 24 a primera hora. Entonces fui a recoger mis pantalones a Ooona, fui andando ya que tenía el coche bien aparcado y total solo estaba a 3 manzanas, al acercarme a la tienda vi a un vagabundo durmiendo sentado en el banco llevaba un carrito con sus “cosas”, el pelo sucio, largo, amarillo, tenía la boca abierta y me sorprendió ver que tenia los dientes en buen estado, aun así seguro que olía fatal, la verdad, pensé: ¡Que mala imagen para este barrio, y para su comercio, deberían hacer algo para que esta chusma no esté por aquí! pasó un coche de policía con su sirena y ya no pensé mas en él, entré en la tienda.
La sirena de un coche de policía me despertó, me había quedado dormido sentado en ese banco, la verdad que era cómodo, tenía un sistema de calefacción y era realmente confortable, ¡hasta los bancos son diferentes en estos barrios! Como siempre me fijé si no me habían robado nada durante mi cabezada y encontré mi bocadillo, era de mortadela, le di un mordisco. Mientras tanto miré al frente y mi corazón dio un vuelco, dentro de la tienda vi a Raquel, estaba preciosa, hacía por lo menos 10 años que no la veía, desde el divorcio, solo la había visto una vez, se mudó de casa y nunca más supe. Me quedé petrificado mirándola debía tener unos 46 y aparentaba 32 (yo tenía 44 y aparentaba 62) estaba preciosa, más guapa, vestía ropas caras, tenía una media melena con mechas rubias y unas gafas de pasta en la cabeza a modo de diadema, estaba hablando con el engominado, se veía que era una clienta habitual, entonces el engominado le dio un paquete y dos besos y entonces los dos al unísono se fijaron en mi. Se me congeló la sangre, estuvieron por lo menos 15 o 20 segundos mirándome, yo me quedé petrificado, pensé en salir corriendo pero mis piernas no me respondían, entonces ella se acerco hacia la puerta y salió de la tienda. Se echo la mano al bolso y sin detenerse me dio una moneda de 2 €. Al cabo de un rato conseguí decir gracias y me puse a llorar…